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La dama del alba – Alejandro Casona, 1944Derechos cedidos a BYU para esta versión por los herederos de Alejando Casona, noviembre de 2020La dama del albaes la mejor obra de Alejandro Casona para los lectores que se acercan a la lengua y cultura española y descubren Asturias, la tierra natal de su autor, a quien él dedica este trabajo. Se dice, además, que era la obra más querida del escritor pues, aunque se estrenó en Buenos Aires, donde Casona residía, está llena de símbolos e imágenes que transportan al lector a una Asturias atemporal, con ricos matices culturales hábilmente expresados en la caracterización de los personajes, en la música, en los dichos de Telva… Además de su expresión y valor dramático, La dama del albatiene una trama que provoca sorpresa, intriga e interés en el lector que, en la mayoría de los casos, aunque se trate de alguien que no domine la lengua española, aun así, no puede dejar de leer la obra hasta llegar al desenlace final.Dra. Nieves Knapp, 2020Como ayuda y complemento a la lectura de La dama del alba puede usarse esta página web https://damadelalba.byu.edu/
A mi tierra de Asturias: a su paisaje, a sus hombres, a su espíritu.
PERSONAJESLA PEREGRINATELVALA MADREADELALA HIJADORINA (niña)SANJUANERA 1ªSANJUANERA 2ªSANJUANERA 3ªSANJUANERA 4ªABUELOMARTÍN DE NARCÉSQUICO EL DEL MOLINOANDRÉS (niño)FALÍN (niño)MOZO 1ºMOZO 2ºMOZO 3ºEsta obra fue estrenada en el Teatro Avenida de Buenos Aires, el 3 de noviembre de 1944, por la compañía de Margarita Xirgu.
ACTO PRIMEROEn un lugar de las Asturias de España. Sin tiempo. planta baja de una casa de labranza que trasluce limpio bienestar. Sólida arquitectura de piedra encalada y maderas nobles. Al fondo amplio portón y ventana sobre el campo. A la derecha arranque de escalera que conduce a las habitaciones altas, y en primer términodel mismo lado salida al corral. A la izquierda, entrada a la cocina, y en primer término la gran chimenea de leña ornada en lejas y vasares con lozas campesinas y el rebrillo rojo y ocre de los cobres. Apoyada en la pared del fondo una guadaña. Rústicos muebles de nogal y un viejo reloj de pared. Sobre el suelo, gruesas esteras de soga. Es de noche. Luz de quinqué.La Madre, el Abuelo y los tres nietos (Andrés, Dorina y Falín) terminan de cenar. Telva, vieja criada, atiende a la mesa.ABUELO (Partiendo el pan).—Todavía está caliente la hogaza. Huele a ginesta en flor. TELVA.—Ginesta y sarmiento seco; no hay leña mejor para caldear el horno. ¿Y qué me dice de este color de oro? Es el último candeal de la solana.ABUELO.—La harina es buena, pero tú la ayudas. Tienes unas manos pensadas por Dios para hacer pan.TELVA.—¿Y las hojuelas de azúcar? ¿Y la torrija de huevo? Por el invierno bien que le gusta mojada en vino caliente. (Mira a la Madre que está de codos en la mesa, como ausente). ¿No va a cenar nada, mi ama?MADRE.—Nada.(Telva suspira resignada. Pone leche en las escudillas de los niños). FALÍN.—¿Puedo migar sopas en la leche? ANDRÉS.—Y yo ¿puedo traer el gato a comer conmigo en la mesa?DORINA.—El sitio del gato es la cocina. Siempre tiene las patas sucias de ceniza.
[Note Annotation] [Note Annotation] [Note Annotation] [Note Annotation] [Note Annotation] [Note Annotation] [Note Annotation] [Note Annotation] [Note Annotation] ANDRÉS.—¿Y a ti quién te mete? El gato es mío.DORINA —Pero el mantel lo lavo yo.ABUELO.—Hazle caso a tu hermana.ANDRÉS.—¿Por qué? Soy mayor que ella. ABUELO.—Pero ella es mujer. ANDRÉS.—¡Siempre igual! Al gato le gusta comer en la mesa y no le dejan; a mí me gusta comer en el suelo, y tampoco.TELVA.—Cuando seas mayor mandarás en tu casa, galán.ANDRÉS.—Sí, sí; todos los años dices lo mismo.FALÍN.—¿Cuándo somos mayores, abuelo?ABUELO.—Pronto. Cuando sepáis leer y escribir. ANDRÉS.—Pero si no nos mandan a la escuela no aprenderemos nunca.ABUELO (A la Madre).—Los niños tienen razón. Son ya crecidos. Deben ir a la escuela. MADRE (Como una obsesión).—¡No irán! Para ir a la escuela hay que pasar el río… No quiero que mis hijos se acerquen al río. DORINA.—Todos los otros van. Y las chicas también. ¿Por qué no podemos nosotros pasar el río?MADRE.—Ojalá nadie de esta casa se hubiera acercado a él.TELVA.—Basta; de esas cosas no se habla. (A Dorina, mientras recoge las escudillas). ¿No querías hacer una torta de maíz? El horno ya se estará enfriando. ANDRÉS (Levantándose, gozoso de hacer algo).—Lo pondremos al rojo otra vez. ¡Yo te ayudo!FALÍN.—¡Y yo!DORINA.—¿Puedo ponerle un poco de miel encima?TELVA.—Y abajo una hoja de higuera para que no se pegue el rescoldo. Tienes que ir aprendiendo. Pronto serás mujer… y eres la única de la casa. (Sale con ellos hacia la cocina).MADRE Y ABUELOABUELO.—No debieras hablar de eso delante de los pequeños. Están respirando siempre un aire de angustia que no los deja vivir.
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